miércoles, 22 de junio de 2016

Un ladrón poco espabilado

En el refrán “Yan Er Dao Ling”, “Yan” significa tapar, “Er” significa oreja, “Dao” significa robar y “Ling” significa campana. Este refrán viene de una fábula que cuenta lo siguiente:

En la dinastía Chun Qiu, toda la familia Fan, que era una familia rica, fue asesinada por la familia Zhao y quedaron muchas cosas buenas y caras en la casa. Había un ladrón que quería robar algo de la casa de Fan donde ya no vivía nadie. Al entrar por la puerta, miró una campana grande colgada en el patio. La campana cuyo estilo era muy precioso y estaba hecha de bronce muy bueno de la antigua China y en ella había pinturas bastante bonitas; valía mucho dinero. Al ladrón le gustó tanto la campana que quería llevársela a casa. Sin embargo, la campana era tan grande y pesaba tanto que el ladrón no podía moverla de ninguna forma. Después de pensar mil veces, el ladrón decidió romperla y llevársela a casa trozo a trozo.

El ladrón trajo un martillo con el que golpeó la campana fuertemente. Los ruidos fuertes de este el golpe le dieron un susto. Él estaba preocupado de que alguien supiera que estaba robando la campana al escuchar el ruido. Quiso tapar la campana con los brazos para que no se escucharan los ruidos y, sin embargo, ¡cómo se podían tapar los ruidos! Los ruidos sonaron a mucha distancia sin parar.

Le dio tanto miedo escuchar los ruidos que el ladrón se tapó las orejas con las manos. Al taparse las orejas con las manos el ladrón no podía escuchar nada y por eso creyó que si él no podía escuchar nada los demás tampoco. Se le ocurrió una buena idea que era taparse las orejas con dos trozos de algodón y golpeó la campana muchas veces sin temor. Los ruidos sonaron a la distancia y fueron escuchados por la gente y, como consecuencia, la gente lo descubrió.
En esta fábula, el ruido de la campana existe objetivamente aunque te tapes las orejas. La realidad sigue ahí a pesar de que tú pienses subjetivamente otra cosa. Lo que el ladrón ha hecho es mentir no sólo a sí mismo sino también a otros. Si tratamos las cosas objetivas subjetivamente sin considerarlas, comeremos frutas amargas, es decir, tendremos que afrontar o sufrir las consecuencias aunque sean negativas.  

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